'La prensa libre debe abogar siempre por el progreso y las reformas. Nunca tolerar la injusticia ni la corrupción. Luchar contra los demagogos de todos los signos... Oponerse a los privilegios de clases y al pillaje público... Ofrecer su simpatía a los pobres y mantenerse siempre devota al público'. 'El periodismo verdadero se asegura de no parcializarse jamás, pase lo que pase... Si el periodismo es ético y profesional ofrecerá las dos caras de una moneda, la versión de cada bando en un conflicto, y las mostrará siempre en partes iguales... Si no lo hace, entonces no es periodismo: Es sólo basura, y de la peor clase, es decir, la típica basura que se vende a si misma a cualquier otro interés político o económico distinto de la verdad real de las cosas'. Joseph Pulitzer.

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El “savoir faire” - Por Sergio Esteban Vélez

El “savoir faire”
Por Sergio Esteban Vélez

Sergio Esteban Vélez

En su columna del pasado lunes, “Diplomacia light” (en El Espectador), Mario Morales se va “lanza en ristre” contra el nombramiento del popular presentador de televisión José Gabriel Ortiz como nuevo embajador de Colombia en México.

Según Morales, esta designación constituiría “une Tercera Vía, asociada a la trivialización de las relaciones internacionales” y hace énfasis en que “no es serio mezclar la buena imagen mediática con los asuntos delicados de las relaciones exteriores”.

He escuchado comentarios similares provenientes de otras personas que pontifican permanentemente acerca de nuestra realidad nacional. Todas ellas se han apresurado a calificar de “despropósito” la proclamación de Ortiz para un cargo de altas responsabilidades y envergadura.

Sin embargo, me queda la duda de si Mario Morales y los demás comentaristas críticos conocen el currículum de José Gabriel Ortiz.

Este ingeniero industrial, que comenzó su carrera al frente de una de las divisiones del Departamento de Planeación Nacional, fue el encargado de fundar nada menos que Asocolflores, una de las entidades gremiales más poderosas e importantes del país.

Y el éxito que tuvo al frente de esta entidad fue fundamento para que Juan Manuel Santos, siendo ministro de Comercio Exterior, lo nombrara director de la oficina de Proexport en Madrid. Desde esa posición, en la que permaneció durante cuatro años, Ortiz demostró que podía ser un diligente embajador del comercio colombiano en Europa.

Semejantes antecedentes son justificación suficiente para que el presidente Santos, que ya ha tenido la experiencia de ser jefe directo de Ortiz, haya considerado que este conocido personaje de los medios es la persona idónea para conducir nuestras relaciones con México, un país con el cual nuestro comercio se está multiplicando a pasos agigantados.

Sin embargo, los criticones encuentran que José Gabriel no es digno de representarnos a los colombianos, ya que ha sido periodista y presentador de televisión y que su imagen ha sido asociada desde hace años con las actividades propias de la alta sociedad capitalina y con las actitudes de un “don Juan” galanteador, dedicado al elogio a las frivolidades de sus personajes, en vez de recalcar sus méritos más importantes.

Según los acusadores criollos, resultaría vacuo un embajador que pensara en combinar bien la corbata con el pañuelo en el saco. Pero, en el resto del mundo, la exquisitez en la etiqueta, en el comportamiento, en el vestir y en los modales hace parte del código insoslayable de los diplomáticos.

Y precisamente por la ausencia de “roce social” es por lo que tantos embajadores colombianos han sido vistos como “pintorescos” y “mañés” en el círculo diplomático internacional y nos han dejado tantas veces en ridículo delante de sus pares extranjeros.

Porque, mientras en otras latitudes la mayoría de los diplomáticos son eso: diplomáticos de carrera, profesionales en los tópicos propios de sus funciones y en la compleja “ritualística” de su medio, nuestros embajadores son muchas veces políticos avezados con experiencia en manejo de masas pero sin ningún conocimiento del rígido protocolo de la diplomacia. Y, peor aún, desde hace años, en algunos casos, los embajadores o funcionarios de las embajadas son personas incompetentes nombradas por el simple hecho de ser hermanos o sobrinos de algún ganadero o empresario que aportó recursos para la campaña presidencial o de algún congresista de un rincón apartado de nuestra geografía.

Ante esta clase de situaciones en el pasado, las protestas no se han dado en el abundante número que habrían merecido.

¿Por qué quienes señalan hoy a Santos por el nombramiento a Ortiz no publicaron en la prensa artículos recriminando a Uribe por el nombramiento de Édgar Perea, un ser tan estrafalario y vulgar, en una embajada como la de Sudáfrica, clave para las futuras relaciones comerciales de Colombia? Es obvio que fue por evitar que los tacharan de racistas, clasistas e intolerantes. Porque, mientras para las ONG de Derechos Humanos, los grupos defensores de los afrodescendientes y las hermandades “mamertas” la escogencia de Perea para el cargo “era mostrar lo mejor de Colombia, país diverso y multicolor”, ¡la de José Gabriel (la antípoda de Perea) sólo refleja la “trivialización” de la diplomacia!

Seguramente, antes de pensar en ofrecerle el cargo a Ortiz, el presidente Santos pensó que José Gabriel Ortiz cuenta con cualidades que lo hacen ideal para el desempeño diplomático: dominio de lenguas, conocimiento y experiencia descollante en comercio internacional, don de gentes, carisma, elegancia, buena presencia y además ¡sabe manejar los cubiertos en la mesa de banquetes y cualquier otro instrumento en el banquete del comercio y de los impasses internacionales!

Me parece, por tanto, que no es ningún desatino el reciente nombramiento de Ortiz. Es más, presiento que su desempeño va a dejar “con la boca abierta” a más de uno.
Foto: Internet
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