'La prensa libre debe abogar siempre por el progreso y las reformas. Nunca tolerar la injusticia ni la corrupción. Luchar contra los demagogos de todos los signos... Oponerse a los privilegios de clases y al pillaje público... Ofrecer su simpatía a los pobres y mantenerse siempre devota al público'. 'El periodismo verdadero se asegura de no parcializarse jamás, pase lo que pase... Si el periodismo es ético y profesional ofrecerá las dos caras de una moneda, la versión de cada bando en un conflicto, y las mostrará siempre en partes iguales... Si no lo hace, entonces no es periodismo: Es sólo basura, y de la peor clase, es decir, la típica basura que se vende a si misma a cualquier otro interés político o económico distinto de la verdad real de las cosas'. Joseph Pulitzer.

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La Habana se reinventa - Por: Iván García


La Habana se reinventa

Por: Iván García
Desde La Habana
Edificios de vivienda, en Cuba

La familia de Héctor Iznaga vive al trozo. Su hija de 18 años iba a tener un bebé y se dieron cuenta que la casa resultaba pequeña. Manos a la obra. Sin permiso de ninguna institución estatal, reformaron el balcón de su piso pequeño de dos cuartos, y de prisa levantaron una nueva habitación.

Muchas familias del país actúan como los Iznaga. Hay zonas de la geografía habanera convertidos en verdaderos Frankesteín arquitectónicos. Muy distantes de su diseño original.

En Cuba el respeto a las reglas y directivas del Instituto de la Vivienda y de los arquitectos municipales no existe. Por lo general, la gente se limpia el trasero con las normativas de ordenamiento urbano.

Como si viviésemos en una selva africana. El irrespeto a las leyes de convivencia es típico en la isla. Personas como Héctor Iznaga llevan parte de razón. Su familia reside hace veinte años en un impresentable edificio de cinco pisos en el reparto Alamar, uno de las barriadas más grandes y horribles de La Habana.

Su mantenimiento, supuestamente, debiera correr a cargo del Estado. Pero sólo es en teoría. A ningún organismo oficial le interesa que los moradores del inmueble lleven meses cargando agua, porque la bomba está dañada.

Cuando llueve, los techos del edificio filtran hacia los pisos posteriores. Igual ocurre con los servicios sanitarios. Las escaleras están oscuras y sin pasamanos. El inmueble da asco. Sucio y desaliñado, pidiendo a gritos una mano de pintura.

Los vecinos se han quejado al delegado del Poder Popular de su circunscripción. Pero nada. La vida sigue igual. Entonces los moradores, ante tanta desidia estatal, hacen lo que les venga en gana.

A golpe de vista, se puede ver a cómo numerosas familias hacen adaptaciones sin permiso legal. Cambian las fachadas. Toman para sí espacios colectivos. Y sin ningún conocimiento constructivo, tiran abajo paredes de carga, poniendo en peligro su vida y la del resto de inquilinos.

Les ofreceré  un dato. El 60 % de las viviendas en la ciudad de La Habana están en regular o mal estado. Por lo general, en una casa conviven hasta cuatro generaciones diferentes.

En el centro de la capital o barrios sumamente poblados como Luyanó, Lawton o la Víbora, hace decenas de años que no se reparan los edificios múltiples. Ni siquiera los pintan.

Quienes habitan en residencias y chalets, las remozan de acuerdo a sus posibilidades económicas. Es un sálvese quien pueda. Aunque el Estado ofrece muy poco, castiga duro las violaciones urbanísticas.

Según la prensa oficial, sólo en La Habana, en los primeros seis meses del año, se han impuesto más de 3,500 multas por ilegalidades constructivas en domicilios particulares. Las multas van desde 200 pesos (10 dólares) a 1,500 (60 dólares). A unas 500 familias les demolieron los arreglos realizados.

El problema de la vivienda es una de las asignaturas suspensas del gobierno de los hermanos Castro. El déficit habitacional es enorme. Se ha intentado aliviarlo con pequeños parches, como permitir a organismos o personas que construyan su propios hogares, pero el suministro de materiales es precario, amén de la mala calidad.

Por la ciudad pueden verse edificaciones que llevan 10 años o más en construcción. Y amenazan seguir demorando. Ante tanta necesidad, las familias se las apañan como puedan.

Lo mismo construyen una “barbacoa”, invento cien por ciento cubano, consistente en un entrepiso de madera o concreto dentro de la propia casa. Si después quieren ampliar la casa, si al lado tienen un terreno baldío, lo cogen y transforman su morada sin el consentimiento de las autoridades.

Todo vale para darle cabida a un pariente del campo o un bebé en camino. Como la familia Iznaga, que echó abajo su balcón y construyó una nueva habitación para el futuro nieto. Y han tenido suerte que no los han pillado los inspectores estatales. Por ahora.
Fotografía: Internet


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