Cuba: Despidos y privatización
Por: Claudia Cadelo
Octavo Cerco
Trabajar para el estado es un suplicio: el salario no alcanza para nada, la productividad es nula, la contabilidad caótica y para colmo hay que soportar las abúlicas reuniones de un sindicato que representa a cualquiera menos al trabajador. Sin embargo, hay quienes han asumido todas estas condiciones con estoicismo y han aguantado años y años de estatismo en sus puestos de trabajo. No es masoquismo lo que los clava al el enjambre de la burocracia estatal, sino la poca fe en que una inversión privada les durará lo bastante como para llegar a viejos.
No es la primera vez que el gobierno decide –con la soga al cuello- permitir la iniciativa ciudadana para sostener la economía nacional. Ya vimos en los años noventa el surgimiento de los paladares, las casas de alquiler, los boteros, los puestecitos de comida y los de útiles del hogar. Hoy no queda casi nada de aquella explosión de trabajadores por cuenta propia. Ese es el problema ¿por cuánto tiempo se podrá mantener un negocio?
Montar un paladar, alquilar una habitación o vender pizzas no es una inversión a corto plazo. La gente quiere ver el fruto de su esfuerzo pero la probabilidad de que un día un burócrata tocará a la puerta para llevarse todos los permisos ha sido cíclica en la historia de la revolución. Tengo una amiga que tuvo una paladar bastante popular durante dos años, una tarde llegó un inspector y se llevó los papeles para “verificarlos”. Aún hoy espera que se los devuelvan. No pudo volver abrir la puerta de su restaurante. No recibió explicación alguna. No cometió ningún delito. (Foto: Internet)